Galería Jónica de escultura
Edificio Villanueva
El Museo Nacional del Prado ha rehabilitado arquitectónicamente el espacio de la galería jónica norte, situada junto a la Galería Central en la primera planta, para ampliar la visibilidad de sus colecciones de escultura y artes decorativas de manera permanente. Se trata de un recorrido en el que se dan cita 56 obras desde el Antiguo Egipto, pasando por el mundo romano y el Renacimiento para concluir a finales del Barroco.
Esta intervención recupera el espíritu de la actuación del arquitecto Alejandro Sureda que, en 1881, ya concibió, con otros planteamientos, este espacio para la exposición de obras de escultura.
La nueva propuesta de exhibición de una selección de las colecciones de escultura y artes decorativas en la galería jónica del edificio Villanueva, ofrece al visitante una posibilidad de acercamiento más panorámica, completa y sugestiva a la creación en estas disciplinas artísticas desde al Antiguo Egipto al Barroco. La rehabilitación de la galería jónica norte ha contado con el apoyo de American Friends of the Prado Museum gracias al patrocinio de The Engh Foundation.
Las 56 obras seleccionadas son piezas que se muestran en una elocuente recreación a la manera de las que formaban parte de las galerías de grandes coleccionistas y que abarcan un amplio arco cronológico. El retrato es uno de sus principales hilos conductores.
El valor de las galerías
Las galerías privadas se remontan a tiempos pasados, cuando nacieron como estancias pensadas para descubrir y disfrutar de colecciones valiosas y diversas en torno a dos ideas fundamentales: la exhibición de la riqueza y la más elevada erudición. Esta concepción tendrá validez desde la Antigüedad hasta el siglo xix, pasando por el Renacimiento y el Barroco, como reflejo de la afición coleccionista occidental.
En esta galería del Prado también convive esa duplicidad. El busto broncíneo y dorado de Hermes-Antinoo dialoga con las esculturas romanas de personajes egipcios procedentes de la villa Adriana de Tívoli, ejemplo del gusto por las modas orientales que llegará hasta el Barroco. A su lado, retratos de figuras universales de la cultura grecolatina, de Homero a Cicerón, algunos procedentes de la colección del diplomático José Nicolás de Azara, personaje esencial de nuestro Siglo de las Luces. Todo ello esculpido en materiales imperecederos o preciosos, incluidas las taraceas de piedras duras con paisajes evocadores, como la gruta de Posillipo, que enriquecían los equipajes de quienes entraban en un contacto casi iniciático con el mundo clásico a través del Grand Tour.
Ese contexto suntuoso se advierte en obras tan exquisitas como los jarrones de pórfido, del tipo de los que adornaban las galerías del antiguo Alcázar de los Austrias en Madrid, fabricados en ese material profundamente ligado a la idea de imperio.
La fascinación por el retrato
Las esculturas que aquí se presentan son una muestra elocuente de las incluidas en las galerías privadas de cualquier época. Abarcan un amplio arco cronológico y tienen en el retrato uno de sus principales hilos conductores, como ejemplo de la validez de una fórmula atemporal.
Las estereotipadas imágenes de culturas antiguas como la egipcia conversan con las más individualizadas del mundo greco-romano. De lo más idealizado a lo más humano. Dioses y hombres conviven a través de rasgos reconocibles, que pervivían en sus rostros y que siguen actuando como un espejo fiel en el que se refleja la cultura occidental.
Se buscan y se logran los contrastes: la delicadeza del rostro de una musa frente a la crudeza de las facciones de un anciano; la mirada heladora de Medusa y la dignidad de un prisionero dacio; la minuciosidad en los peinados femeninos y la fidelidad en la representación animalística.
La recuperación del Renacimiento en los medallones para decoraciones arquitectónicas supone el mejor enlace con esa tradición viva y vigente, vinculada con la numismática, que buscaba inmortalizar a los hombres ilustres y dotarles de un rostro reconocible, como se hacía en las galerías de retratos pintados o en las capillas relicarios en las que se mostraban a la
veneración los bustos de los santos.