La colección de marcos del Museo del Prado está vinculada a la historia de las obras que enmarca. Por un lado, a la Colección Real, piezas fundacionales de la Institución, pero también a las donaciones, legados y adquisiciones posteriores. El resultado es un conjunto extenso y heterogéneo, tanto en estilos como en técnicas artísticas.
La componen alrededor de 8.000 piezas con valor artístico en sí mismas, que recorren la historia del arte desde los siglos XIII al XXI.
Las salas medievales albergan marcos románicos, como el Frontal de Guils, y marcos góticos pertenecientes a retablos, completos o fragmentados, como el magnífico Retablo de la vida de la Virgen y de San Francisco, de Nicolás Francés o el cuadro de Santo Domingo de Silos entronizado de Bartolomé Bermejo. Conviven junto a ellos pequeñas piezas devocionales con molduras finas y doradas, generalmente decoradas con inscripciones epigráficas o escudos heráldicos, como el Cristo Barón de Dolores de Juan Sánchez de San Román. Los dípticos y trípticos de pintura flamenca, con armoniosas molduras estrechas, negras y doradas, pueden verse claramente en la sala del Bosco, por ejemplo en La adoración de los Reyes magos. Todos ellos están ligados físicamente a sus pinturas, lo que los hace únicos y singulares dentro de la Colección.
El renacimiento supuso un cambio, físico y estilístico en los marcos. Se convierten en piezas independientes de la pintura y dan lugar a múltiples ejemplos moldurados de fuerte influencia italiana. Es el caso de tabernáculos como El Descendimiento de la Cruz de Pedro Machuca o de marcos cassetta, como la elegante enmarcación del David vencedor de Goliat de Caravaggio.
El siglo XVII se ve representado con un estilo propio de marco español, caracterizado por la talla de hojas carnosas en centros y esquinas, que realzan los volúmenes y crean centros de percepción. Buen ejemplo de ello son los marcos de La Fábula del Greco y Los niños de la concha de Murillo.
Con la entrada del siglo XVIII, el cambio de gusto se hace notable y se fabrican marcos seriados para uniformar las obras. Las Colecciones de los reyes se llenan del gusto francés con marcos imponentes, como el del Retrato de Luis XVI de Callet, y marcos de influencia italiana interpretados de manera autóctona, y representados bajo un mismo perfil, el salvator rosa. La gran Galería central muestra abundantes ejemplos en obras de Rubens, la Lucha de San Jorge y el dragón con modelos Calleja, o El apostolado con modelos Carlos IV Príncipe. Las salas de pintura del XVIII se encuentran bien representadas con enmarcaciones del modelo Mengs y las obras de bodegones de Luis Meléndez, con el modelo Embarcadero. Por último, dentro de esta serie de Colección Real, está el modelo Labrador, utilizado en muchas de las singeries de Teniers. El rococó se hace presente con algunos ejemplos de gran interés técnico, como los marcos de los bustos de cera de Filippo Scandellari.
El siglo XIX en el Museo del Prado abarca estilos diversos, como el Imperio, Fernandino, Isabelino o Alfonsino. La familia de Carlos IV de Goya, El pintor Francisco de Goya de Vicente López Portaña o varios de los cuadros de Esquivel, representan estas tipologías. Durante la segunda mitad del siglo los marcos de pinturas de historia, voluminosos y con gran presencia, guarnecen pinturas de Carbonero, Rosales, Pradilla o Gisbert, entre otros. Por el contrario, los marcos para el género de retrato, presentan tallas complejas y delicadas, con juegos de acabados brillantes y mates protagonistas de profundidad y luz. Un referente es el retrato de Josefa del Águila Ceballos, marquesa de Espeja de Federico de Madrazo.
Algunos de ellos complementan la iconografía de la obra enmarcada, como ocurre con Una huelga de obreros en Vizcaya de Vicente Cutanda o La Esclava de Antonio María Fabrés y Costa. El resto de piezas que recorren las salas del siglo XIX, se caracterizan por estar dentro de un estilo ecléctico en técnicas y en materiales artísticos. Esto se puede ver en el marco del retrato de Josefa Manzanedo e Intentas de Mitjans, II marquesa de Manzanedo, de Raimundo de Madrazo.
A finales del siglo XIX y principios del XX se realizan programas de mejora en las enmarcaciones de grandes obras, con propuestas de conocidas casas de enmarcación como la Casa Marquina a finales del XIX, con marcos como el de El triunfo de Baco de Velázquez o Dánae recibiendo la lluvia de oro, de Tiziano. Y la Casa Cano, ya en el siglo XX, con ejemplos como el marco de La Gioconda o el de Las Meninas.